Es bien consabido que en el antiguo Egipto la pintura poseía hasta cierto punto un carácter suplementario, al emplearse para la decoración tanto de interiores de edificios como de recubrimiento de muchas esculturas. Sin embargo, ello no impide que a veces las realizaciones pictóricas alcancen una gran brillantez y calidad.
Suele suceder esto en las tumbas de personajes de segunda categoría, en las que la menor capacidad económica de sus poseedores explica a veces el recurso a la expresión pictórica, cuyos costos eran más sujetados que los de la escultura.
Por otra parte, la pintura no sólo mostraba los ritos del paso del cadáver hacia la vida eterna. Con frecuencia narraba también escenas de la vida cotidiana, que nos permiten establecer abundantes deducciones sobre el funcionamiento de la antigua sociedad egipcia.
De todo lo que decimos es un excelente ejemplo el ligado pictórico de la tumba de Sennedjem, en Deir el-Medina. El protagonista de nuestra historia fue un oscuro funcionario de segundo nivel que trabajó para dos de los faraones de la XIX Dinastía: Seti I y Ramsés II.
Ni siquiera conocemos con exactitud a qué se dedicaba, porque los textos lo califican como sirviente en el lugar de la Verdad, lo que parece relacionarlo con la necrópolis real de Tebas, aunque vivía en el mismo poblado de Deir el-Medina, donde se ha excavado su propia y humilde vivienda. Fuere como fuere, Sennedjem debió servir con lealtad y dedicación absoluta a sus señores y fue recompensado con la concesión de una tumba, hallada prácticamente intacta a fines del siglo XIX. Un verdadero sepulcro familiar, en el que fueron localizados más de veinte enterramientos, todos ellos al parecer pertenecientes a miembros de la familia del probo funcionario.